jueves, 23 de abril de 2009

Cuando me hice mayor


Fue hace no mucho tiempo, justo antes de cumplir los veintiuno.

Me desperté con una borágine de pensamientos en mi cabeza. Me desperecé y los fui ordenando poco a poco... Muchos eran tonterías, recuerdos sin sentido o ideas poco ortodoxas. Pero uno de ellos parecía llamar a gritos mi atención.

Era un pensamiento que llevaba ya mucho tiempo rondándome. Una idea que había esquivado durante los últimos años con gran destreza...


Tenía que hacerme mayor.


Ya era hora de madurar y dejar de lado las responsabilidades infantiles para hacerme cargo de responsabilidades reales.

Llegó la hora de cambiar los cuentos y libros de colorear por manuales y ensayos.

De dejar en herencia las muñecas y peluches a quienes están en edad de disfrutarlos.

De abandonar las buenas costumbres del pan con chocolate y dejarme seducir por la cafeína y la comida sana.

De olvidar las pompas de jabón y preocuparme por otro tipo de burbujas especulativas.

De, al fin y al cabo, asumir que hay un punto en el que cumples una edad que no va con ciertas cosas. Asumir que tienes que empezar a hacerte cargo de unas responsabilidades mayores.

Asumir que Peter Pan no existe.

Asumir que soy mayor y, que una cosa no quita lo otro, puedo seguir siendo una niña...